CIBELES II: Historias que soñar

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Tengo que reconocer que iba a Cibeles con muchísima ilusión pero, a la vez, con varias ideas preconcebidas sobre la pasarela por diversas opiniones. Sabía que iba a encontrarme con algo nuevo, porque era una realidad que sólo conocía a través de las pantallas, pero quizás algo anclada en el pasado. Y ahora me alegro, porque eso hizo que me sorprendiera aún más. Aunque es cierto que siempre todo es mejorable y que hay algunos aspectos que cambiar, la sensación que me queda es maravillosa.

Decía Marta Graham que la danza es el secreto del alma, y aunque no puede ser más verdad, en esta ocasión tengo que adaptar su frase al mundo de la moda, pues los diseñadores nos cuentan una historia cargada de ellos mismos en cada colección. Por eso, haber podido imaginar y formar parte de la historia que quisieron contarnos a través del ambiente, del color, de las formas, de los tejidos y de su movimiento fue algo fascinante. Por no hablar del backstage, lo que nadie ve pero donde todo se cuece, un mundo lleno de caos ordenado en el que conviven el trabajo, la emoción y los nervios de modelos, peluqueros, maquilladores, fotógrafos y técnicos, que hacen que los “inventores de la moda” vean los frutos de su esfuerzo y que los de fuera disfrutemos soñando. Allí dentro tuve la suerte de ver de cerca algunas prendas de Ana Locking que estaban colgadas en el camerino, y las colecciones de Ailanto y de Amaya Arzuaga, dos elegancias diferentes: la primera, sencilla y fluida, y la segunda, rígida e innovadora. 

               

 

         

 
 
 
 
 
 

       

          

Gracias a los desfiles viajé desde Toronto hasta Georgia con los dulces paisajes de Ailanto, pasando por la tradicional y oscura Andalucía de Juana Martín. Además, descubrí la sensualidad y la libertad de la noche con la interpretación que hizo Juan Vidal de la vida de la actriz porno Linda Lovelace, y con ManéMané reviví la diversión de vestirse mezclando y transformando prendas para salir de fiesta. Tampoco puedo dejar de mencionar el colorido viaje a los 40 con los “uniformes” rectos pero femeninos de Moisés Nieto y el haber flotado en el espacio igual que lo hacían las prendas de Amaya Arzuaga.

Historias muy diferentes pero todas con algo en común: las tendencias.