En busca de la competitividad

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Realmente, ¿Cuál es la mejor manera de competir? Esa es la eterna pregunta que todos los equipos se han ido haciendo con el paso de los años sin encontrar una respuesta totalmente certera y eficaz. ¿Podemos llegar a competir desde una buena organización ofensiva? ¿Es la solidez defensiva la única vía posible para alcanzar la competitividad? Los modelos de juego se han ido desarrollando bajo estas dos vertientes, siempre buscando un cierto equilibrio entre ambas. Según el profesor Vítor Frade, padre de la ‘Periodización Táctica‘ y principal referente de técnicos como José Mourinho, “el modelo de juego es cualquier cosa que no existe, pero que pese a ello se intenta encontrar“. Y es que ser capaz de aunar un buen sistema defensivo con una vertiente ofensiva rica y productiva es algo a lo que se aspira para poder competir, pero no todos lo consiguen.
 
La evolución del fútbol nos ha permitido asistir a una variación importante del juego. La riqueza de los sistemas de hoy en día es una virtud de nuestro fútbol moderno. Esa riqueza ha venido de la mano de cambios conceptuales en los propios esquemas de juego. Por ejemplo, nos resulta lejana ya la idea del 4-4-2 clásico, con extremos puros en las bandas y con dos delanteros rematadores. Un sistema otrora empleado por casi todos los equipos por ser la vía más fácil para competir: plena ocupación de los espacios y versatilidad en las distintas fases del partido. El repliegue bajo, la disciplina táctica y la rápida salida al contragolpe fue, a menudo, una de las señas de identidad del fútbol de principios de siglo y finales del pasado. El fútbol italiano se convirtió en un referente mundial y el éxito de sus equipos en Europa (Juventus de TurínAC MilanInter de MilánSS LazioParma FC…) era una buena prueba de ello. Si este estilo permitía a los equipos competir, ¿Por qué cambió?
 
La respuesta del cambio de dominio en cuanto a los planteamientos de juego reside en la evolución del fútbol español, que centraba más el foco en el talento y el virtuosismo que en el carácter aguerrido y vertical que inició este deporte. Los futbolistas que triunfaban en las máximas categorías se caracterizaban por su poderío físico y su recorrido. Los que rebosaban talento eran los menos, las guindas de las plantillas, y su presencia escaseaba. No era habitual ver a un equipo plagado de jugadores talentosos sobre el césped. Éstos siempre tenían que competir el puesto con otros compañeros de características similares, mientras que los bregadores y competitivos siempre acababan teniendo su puesto en el once titular. Todo cambiaría a raíz de la emergencia de uno de los equipos más destacados de todos los tiempos: el FC Barcelona de Pep Guardiola. Un equipo que recogió el legado del de Frank Rijkaard para darle una vuelta a la concepción habitual del fútbol: los talentosos, al verde. Y cuantos más, mejor.
 
Yo quiero que mi equipo sepa hacer todo bien. Esto te lleva a querer atacar y defender cada vez mejor. Para eso busco jugadores que sean capaces de entender el juego“. Esta frase del técnico guipuzcoano Julen Lopetegui recoge a las claras la filosofía que mantienen los entrenadores hoy en día. La clave está en reconocer que el fútbol es de los futbolistas y que cuanto más jugador haya en el equipo con capacidad de entendimiento del juego, más competitivo será. Dicha inteligencia se alcanza desde el talento, no solo con balón, sino siendo capaz de influir en el juego sin balón. Como comentábamos anteriormente, aquel Barça de Pep fue el inicio de una variación en la concepción de nuestro fútbol, conceptos que ya aplicaría Johan Cruyff, otro revolucionario del juego, pero sin la capacidad de generar tantos adeptos como consiguió el de Sampedor.
 
Fue entonces cuando todo comenzaría a sufrir un cambio. Los triunfos de aquel FC Barcelona sentaron precedente y se comenzó a copiar una idea y un concepto de juego que, hasta hoy, sigue perdurando: la preferencia por el control del partido mediante la posesión, el sacrificio de la verticalidad por el juego posicional. Todo ello influyó en el tipo de futbolista que comenzaría a resurgir, un futbolista dinámico, inteligente con y sin balón y nunca exento de calidad. A partir de entonces, son los bregadores los que esperan su sitio en el banquillo, mientras que los talentosos se reparten con asiduidad en los onces. Lo vemos a diario, en todas las ligas, en equipos punteros y también en los humildes. Un nuevo concepto que ha hecho girar nuestro fútbol, pero sin que desvanezca la esencia de su origen.
 
A pesar de que hayan cambiado los requisitos del jugador estándar para jugar en la élite, los modelos de juego siguen buscando el equilibrio máximo para competir. El cambio más sustancial se encuentra en que son los jugadores los que determinan el modelo, siempre en busca de esa competitividad. El profesor y entrenador portugués Jorge Castelo, autor de Fútbol: Estructura y dinámica del juego, aseguraba que “la concepción de un modelo de juego deberá atender a la especificidad de las características de los jugadores del equipo, de forma que puedan exprimir natural y eficazmente sus propias capacidades. Uniendo y sincronizando todas estas capacidades, se establece la posibilidad del equipo para responder como un todo ante las diferentes situaciones de juego“.
 
¿Quiere decir todo esto que se ha desterrado la concepción del fútbol de la vieja escuela? Por supuesto que no. Hay entrenadores que siguen confiando en esta idea y, exponencialmente, cada vez son más. Últimamente estamos asistiendo a un tiempo de transición donde quizá el fútbol de los talentosos vuelve a dar paso a aquel donde los bregadores se hacían dueños de la competitividad. Equipos como Atlético de MadridGirona FC y Getafe CF en España o Chelsea FCManchester United FC o Leicester City FC en Inglaterra pueden dar buena fe de ello con sus triunfos. Es posible que estemos asistiendo a una vuelta a los orígenes, que nos encontremos a caballo entre ese gusto por el dominio del balón y la verticalidad y la solidez del fútbol de finales de los 90. Equipos como, por ejemplo, el Real Betis Balompié de Quique Setién o la Real Sociedad de Eusebio Sacristán han defendido a ultranza ese control del esférico como máxima para ganar los partidos. En la vertiente opuesta, el CD Leganés de Asier Garitano ha hecho uso de un rigor táctico defensivo que prioriza el juego sin balón para buscar la victoria. Ambos buscan ser competitivos.
 
 
Podemos llegar a afirmar que no existe una fórmula perfecta para el éxito. Ni siquiera un sistema definitivo que lo acerque al mismo. La evolución constante del juego y de nuestro fútbol obliga a reinventarse continuamente para lograr esa competitividad. Lo que sí que parecen claros son los ingredientes para que esa poción resulte efectiva: trabajo, constancia y creencia en lo que se hace, en la idea de juego. Con estas premisas cualquier equipo puede llegar a competirle al más talentoso, al más bregador e incluso al más poderoso económicamente. Lo vemos fácilmente, pues está a la orden del día que un CD Leganés pueda hacerle frente a todo un Real Madrid e incluso doblegarlo. Lograr la competitividad ansiada, aquella que voltea marcadores, que levanta trofeos, que permite ascender de categoría o incluso que permite mantenerla. Ese es el objetivo que se marcan todos los equipos. Nada de sistemas o cambios de piezas del puzle. Solo por el camino de la competitividad el equipo más talentoso puede defender como el más defensivo, y solo así el más defensivo puede hacer disfrutar como el más talentoso.